lunes, 15 de noviembre de 2010

Humilde Introducción al Concurso Radiofónico

Cuando tenía alrededor de seis años, o sea, no hace mucho tiempo, recuerdo que estaba escuchando una radio local con mi madre. En el programa se planteaban una serie de adivinanzas no muy complicadas para que la gente llamara, las resolviera y se llevara un determinado premio. Es el primer recuerdo que tengo de un concurso radiofónico.

Hoy en día ese concurso quedaría obsoleto. Las adivinanzas eran sencillas y no bastaría más que teclearlas en Google para obtener la respuesta correcta. Pero recuerdo que en aquel entonces, cuando apenas se empezaba a conocer Windows 96 y no eran más que unos cuantos afortunados los que disponían de ordenadores particulares, las adivinanzas tardaban en responderse casi toda una mañana, durante la cual un buen puñado de personas llamaban para interactuar con el presentador de turno.

Los concursos radiofónicos vivieron su mejor etapa en España desde finales de los años 40 hasta mediados de los 60. En ese momento, la generalización de la televisión provocó que los concursos emigraran hacia ese medio, que ofrecía a los anunciantes cifras de audiencia mucho mayores.


A día 15 de noviembre de 2010, los concursos radiofónicos son un género cada vez más escaso en las ondas de radio. Existen espacios dedicados a sorteos o a la participación del público dentro de un programa general, pero los programas-concurso como los de antaño han dejado de existir.

Entre los espacios que sobreviven me gustaría destacar La Noche de los Detectives, dentro del programa de la Cadena Ser, Si amanece nos vamos. Un concurso de madrugada en el que se narra una historia que los oyentes deben explicar siguiendo las pesquisas que transmite el narrador. El admirable uso que el presentador Roberto Sánchez hace de los silencios y las pausas en sus respuestas a los oyentes es la guinda del pastel de estos grandes minutos de radio. A veces agradezco a la mano invisible que hace los horarios de la UC3M que no me haya puesto clase los lunes, así puedo escucharlos algún domingo de madrugada y acordarme de aquellas adivinanzas que mi madre trataba de resolver sin éxito hace catorce años.

martes, 9 de noviembre de 2010

martes, 26 de octubre de 2010

HABLAR DE RADIO ES HABLAR DE ELLOS

Nunca me gustó eso de que los actores y actrices decidan un día sin grandes motivos abandonar la serie que los llevó al estrellato. Hace algunos años odié a Verónica Sánchez y a Fran Perea (a este último puede que lo siga odiando a causa de la música que hace), poco tiempo después a Fernando Tejero, y a día de hoy odio un poco a Jennifer Morrison y a Olivia Wilde de House. Sin embargo, el caso que nos ocupa no lo puedo equiparar ni remotamente a ninguno de los anteriores.

Los conocí gracias a un videojuego, y cuando llegué aEspaña me compré una radio con el único motivo de encontrar en el dial las voces en directo de esos tipos que tanta gracia me hacían en diferido. Los encontré en la Cadena Ser, Carrusel deportivo se llamaba su programa, y desde ahí empezaron a ser al principio mis compañeros de aburrimiento las tardes de fin de semana, para con el paso del tiempo convertirse en mis compañeros de resacas domingueras.

Para mí hablar de radio es hablar de ellos, por eso me asusté tanto cuando parecía que todo se terminaba.



Pero supieron renacer casi de sus cenizas como el Gato Félix, tal cual dijo una vez una política paraguaya, y ahora poco ha cambiado: El nuevo programa se llama Tiempo de Juego, están en la Cadena Cope y faltan algunas voces que antes eran habituales, pero las voces que están siguen siendo tan estupendas y apasionadas como la primera vez que los sintonicé.


Sin nombrarlos en todo el artículo los pongo de ejemplo, porque cuando los escucho me hacen pensar que más allá de EGMs, más allá de empresas y más allá de precios, lo que ellos hacen cada semana ante los micrófonos desde antes de que yo naciera es ALGO DISTINTO.

sábado, 12 de junio de 2010

ÍDOLOS SIN PRINCIPIOS NI FINALES

Según algunas fuentes, Dios creó el hombre a su imagen y semejanza. Estos hombres se agruparon en sociedad, y cada sociedad escogió sus ídolos a su imagen y semejanza. O por lo menos esto es lo que pasó en Argentina.

Andrés Calamaro es un ídolo porteño que se pasea de vez en cuando por Madrid y los platós de televisión españoles dejando en ellos su aura de excentricidad. Hace un par de semanas se dejó ver por Buenafuente donde defendió fervientemente y a su manera la práctica del toreo en Catalunya.[1] Más allá de lo controvertida de esta acción, centrémonos en la idolatría del personaje.

Claramente está a un nivel superior que el resto de los mortales (al menos que los argentinos). Hasta se nota en la actitud de Buenafuente que le tolera más que a otro tipo de invitado. Tal vez lo que el presentador piensa es que Andrés está un poco pasado de rosca, pero los ídolos son así. Sino fijémonos en Maradona, el más grande de todos, el ente superior, el constante generador de hechos noticiosos alrededor de la selección argentina de fútbol.

Se trata de ídolos sin principios ni finales. Que en el fondo y la forma dicen mucho de un país, Argentina, dividido eso sí, entre quienes los idolatran (la mayoría) y quienes los reprueban. Dos fenómenos nacionales.

Nos guste o no, los argentinos tenemos mucho de ellos, o ellos mucho de todos nosotros, aceptémoslo de una vez. Somos antes unos exportadores de ídolos que los europeos de Sudamérica. Maradona lo sabe, Calamaro lo sabe, pero, ¿a quién no le gustaría ser Maradona? ¿O Calamaro? O un genio loco… o Don Quijote…



[1] Véase http://www.youtube.com/watch?v=0I9JoRlcq1c

Nota del autor: Escrito desde la más profunda admiración hacia los personajes que se nombran. Excepto Dios.